La montaña mágica
Thomas MANNQueremos contar la historia de Hans Castorp, no por él (pues el lector ya llegará a conocerle como un joven modesto y simpático), sino por amor a su historia, que nos parece, hasta el más alto grado, digna de ser contada (en este sentido, debemos recordar en torno a Hans Castorp que ésa es su historia, y que no todas las historias ocurren a cualquiera). Se remonta a un tiempo muy lejano; ya está, en cierto modo, completamente cubierta de una preciosa herrumbre y es, pues, necesario contarla bajo la forma de un pasado remotísimo. Esto tal vez no sea un inconveniente, sino más bien una ventaja; es preciso que las historias hayan pasado, y podemos decir que, cuanto más han pasado, mejor responden a las exigencias de la historia y que esto es mucho más ventajoso para el narrador que evoca murmurando las cosas pretéritas. Pero ocurre con ella como ocurre hoy con los hombres, y entre ellos no se hallan en último lugar los narradores de historias: es mucho más vieja que su edad, su antigüedad no puede medirse por días; ni el tiempo que pesa sobre ella por revoluciones en torno del sol. En una palabra, no debe su grado de antigüedad al tiempo, y con esta observación queremos aludir a la doble naturaleza, problemática y singular, de ese elemento misterioso. Pero para no oscurecer artificialmente un estado de cosas claro, debemos manifestar que la extrema antigüedad de nuestra historia proviene de que se desarrolla antes de cierto cambio y cierto límite que han trastornado profundamente la vida y la conciencia...